El coraje iluminó el viejo mundo con la nueva luz.

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sábado, 22 de octubre de 2011

La importancia de la lectura.



    Sé que es un tema muy tratado, pero no por ello creo que se esté abordando en su justa medida. Últimamente me estoy fijando más en los correos que llegan a mi buzón, tanto personales como laborales, y también en las redacciones de algunos periodistas, y me parece que cada vez escribimos peor. Y si eso es con la escritura, de las conversaciones ya ni hablamos.

    Y creo que mucha culpa de eso lo tiene la falta de lectura. Antes se veía a mucha gente leyendo en el metro, y ahora, con los libros electrónicos, más cómodos que el papel para esas ocasiones, se sigue viendo a muchos hacerlo, pero, ¿qué ocurre si nos fijamos en su media de edad?. La mayoría de los que van leyendo superan los 30, e igual me quedo algo corto.

    La juventud de hoy, entre la que yo me encuentro de espíritu pero me temo que ya no por fecha de nacimiento, está siendo arrastrada a pasatiempos más cómodos que la lectura. Se les ve enganchados con el móvil, con la consola, los mp3, y demás aparatos tecnológicos de última generación. Y, seamos claros, eso es mucho más atractivo para ellos que un libro que ni siquiera tiene dibujos en 3D.

    El problema está en el abuso, como en casi todo. Esa afición crea adicción, y nos encontramos con chavales de 20-25 años que en su vida han leído un libro, salvo los obligatorios del colegio (si es que no se bajaron los trabajos de Internet y ni siquiera llegaron a comprárselo...). Ese colectivo, en el que por supuesto hay excepciones, no siente la más mínima atracción por esas tiendas tan raras que se llaman librerías. Y ven un libro de más de 50 páginas y les entra pánico escénico.

    Y, claro está, luego eso se refleja en su forma de escribir. No estoy reclamando que todos escribamos los informes laborales, ni mucho menos los correos más informales, como si se tratara de Hamlet o El Quijote, pero sí que al menos cumplan unos mínimos. No me refiero a erratas que todos cometemos, yo el primero, en alguna ocasión, puesto que todos somos humanos (y la “b” está tan cerca de la “v” en el teclado...). Me refiero a los estilos de redacciones enteras.

    Se nota la clara influencia de los SMS en los textos, eso de comerse letras para ahorrarse pulsos de las teclas, pero el problema va más allá. Abundan las faltas de ortografía, no ya las de palabras extrañas, sino de algunas de uso común: las “h” del verbo haber en los pretéritos perfectos (“a cantado”), las “b” y las “v”, las “d” de los participios pasados (“cantao”, “bailao”), los “pa que”, “pa cuando”, etc.

    Peor aún es el uso de los signos de puntuación. Parece que todo el mundo quiere imitar a Saramago (recuerdo lo que disfruté con su “Ensayo sobre la ceguera”, pero lo que me costó al principio coger su peculiar estilo), pero Saramago sólo hay uno. Hay párrafos de varias líneas en los que no aparece ni una coma, y, o tienes la capacidad pulmonar de un maratoniano, o puedes morir en el intento si lo lees del tirón. Y, además de esta función, una buena puntuación ayuda bastante a entender lo que se quiere decir, y evita leerse varias veces la misma frase para comprender lo que quieren decirnos.

    De acentos, mejor no hablamos, ¿verdad?. Esos, total, “como nadie los pone....”.

    Así que llega un punto en el que somos más permisivos con otros males como el “Haber” y el “A ver”, el “en base a”, “a nivel de”, “andé” y demás.

    Y sorprende más encontrarse muchos de estos errores en textos profesionales, cuando ya todas las herramientas incorporan de serie un corrector ortográfico. Y también en los medios de comunicación, que tanto influyen en la cultura popular, no ya sólo ortográficos. Por ejemplo, ¿nadie puede decirle a los periodistas que la magnitud de los terremotos no se miden en grados?. Un terremoto es de magnitud 6 ó 7 en la escala de Richter, pero no de 6 ó 7 “grados” en esa escala. Y no es “coeficiente intelectual” sino “cociente intelectual”. Los contertulios de los programas del hígado, perdón, del corazón, merecerían una entrada entera sólo para ellos, así que mejor los obviamos.

    Creo que es labor de los educadores, maestros y, sobre todo, padres, fomentar ese “vicio” desde pequeñitos, por el bien de nuestra lengua. Está demostrado que si obligas a los niños a leer, puedes conseguir el efecto contrario al deseado, pero si un niño ve leer a sus padres, lo más seguro es que salga también lector. Aunque sólo sea por efecto imitación que les llevará a descubrir el placer de un buen libro.

    Por mi parte, seguiré leyendo para intentar mejorar y corregir todos los defectos que sé que tengo. Por intentarlo, que no quede. E intentaré seguir escribiendo, porque además eso te evade de los problemas que estresan tu mente y, por un instante, te hacen desconectar de ellos. Es recomendable como terapia.

    Y ya puestos, agradecería cualquier comentario que me ayudara a corregirme. Reconocer que estaba equivocado, es reconocer que hoy se sabe un poco más que ayer.

   De cualquier libro, por malo que sea, se aprende algo. Por eso, en cualquier caso, no hay que olvidar la importancia de la lectura.

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